La desigualdad ha crecido en los países de la OCDE, que une
a la grandes economías y las potencias emergentes, hasta alcanzar el nivel más
alto en 30 años . Los ingresos medios del 10% más rico de la población es nueve
veces el promedio del 10% de los más pobles, según el informe que acaba de
hacer público la OCDE.
La brecha entre ricos y pobres ha crecido incluso en países
tradicionalmente igualitarios. Esta situación, al margen de los diversos
factores que la producen, supone una carga desproporcionada sobre unos y otros.
Llegados a este punto, no es una utopía recordar el
principio que Dios estableció en relación con las riquezas acumuladas: el
Jubileo. No entraremos en cuestiones de simbolismo espiritual, sino en sus
aplicaciones prácticas.
EL JUBILEO
El Jubileo se producía cada 50 años, y era un año sabático.
Era una norma divina en la que se proclamaba libertad por toda la tierra. Por
ser un año sabático, se proclamaba de manera especial la libertad en todo
Israel. Libertad para los israelitas que se habían vendido como esclavos por
hallarse endeudados, libertad para que todas las tierras heredadas que habían
sido vendidas por problemas de dinero retornaran a sus dueños (familias)
originales (Levítico 25).
El concepto y el valor de la libertad era lo que Dios
deseaba enseñar a los israelitas por medio del Jubileo. De la esclavitud del
trabajo por el trabajo, de las deudas acumuladas que iban gravando no sólo a
las personas, sino a las familias y descendientes. Libertad de las situaciones
de injusticia y desigualdad, de hipotecas heredadas, pudiendo partir todos de
cero en las mismas condiciones. También de austeridad, pues se debía vivir con
lo ahorrado en años anteriores durante este periodo.
Si la nación observaba debidamente el Jubileo, el pueblo
quedaba restaurado por completo, con un gobierno estable, con una economía
nacional también estable y un pueblo sin deudas. El Jubileo proporcionaba
además una norma equilibrada para los precios de compra y venta de las tierras,
impedía una deuda interna pesada, un falso sentido de prosperidad, y los
problemas de inflación, deflación y comerciales permanentes.
En pocas palabras: el Jubileo, como provisión divina, era
una muestra de sabiduría de parte de Dios, porque impediría que la nación
cayera en una división de clases sociales y económicas: los muy ricos, y los
muy pobres. Justo lo contrario a lo que está corriendo en nuestro tiempo y
sociedad.
¿Y AHORA?
Si aplican estos principios e ideas a la actualidad, no hace
falta mucho esfuerzo para entender que este mundo y esta Tierra nuestra
precisan un Jubileo. De hecho, los problemas que plantea evitar el Jubileo
parecen escritos para este momento, sacados de un medio informativo de nuestro
tiempo. El problema es que las leyes de las naciones y sociedades actuales
tienen poco que ver con las de Dios; sino que son las leyes del mercado puro y
duro: el consumismo, el poder acumulado de los ricos, las deudas y esclavitudes
económicas adquiridas o heredadas. En definitiva, las leyes que impone la
adoración al dios Mammón
Habría que pensar en qué manera aplicar a nuestro tiempo el
Jubileo. Por ejemplo a los hipotecados que pierden sus empleos y casas, y
tienen que seguir pagando la hipoteca. Pero lo primero sería volverse de
corazón a Dios para estar dispuestos a reconstruir nuestra vida y sociedad
acorde a los principios de Dios, incluyendo el del Jubileo. Y en esto no están
exentos aquellos que nos llamamos cristianos.
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